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15 ene 2010

"Las cosas no tienen significación, tienen existencia" -Pessoa-

   Vivimos en un Mundo objetivo externo colectivo de “cosas”, construido a base de significantes y significados; de palabras, en definitiva, que no sólo designan a los objetos -o las cosas- sino que, además, en cierto modo, los crean, confiriéndoles consistencia propia e independiente, por medio de una percepción contraída que genera la noción de sujeto independiente que percibe al objeto como entidad plenamente delimitada, coherente en, y por sí misma. Y sucede que el objeto percibido sólo tiene consistencia propia en base al sujeto perceptor que lo genera; en donde ambos, son el resultado de una percepción contraída llevada a cabo por la Conciencia aún dormida. Así, se puede decir que éstos (sujeto y objeto) son las dos polaridades complementarias de la percepción contraída. Allí donde hay percepción contraída, por tanto, hay un sujeto que percibe y un objeto percibido. De este modo, allí donde hay “objetos -o cosas-” hay, inevitablemente, un sujeto, o sujetos, que las perciben; o dicho de otra manera, allí en donde hay un sujeto, o varios, hay objetos percibidos. Y esta sencilla ecuación se da así por medio de una especie de error cognitivo o, más bien, de cognición limitada a la que los orientales llaman “maya”; que se origina como consecuencia, como decíamos, de una percepción contraída que se gesta en una Conciencia todavía no despierta.
Por todo esto, creo que decía Pessoa, en uno de sus poemas: “las cosas no tienen significación, tienen existencia”.
Por ello es tan importante el desarrollo cognitivo hacia afuera, del sujeto; su finalidad, la de generar percepciones más ajustadas de la realidad en sí; de nuestro Mundo, en definitiva. Porque, ni la escasa gama de colores que parecen percibir ciertas tribus aborígenes australianas -que es constatable por el hecho de que el vocabulario que usan para referirse a los diferentes colores es bastante pobre-, ni las más de veinte clases de nieve que perciben los esquimales -constatable por el mismo hecho-, ni la totalidad ni la variabilidad ni la calidad de los objetos interactuando causalmente que perciben nuestras ciencias empíricas, entre otras cosas, son totalmente ciertas.

   Vivimos, además, un Mundo subjetivo interno individual de "valores", mediante el que actuamos en ese otro Mundo objetivo externo a cada uno de nosotros -esto es, el Mundo de los objetos percibidos por nosotros como sujetos- Estos valores son percibidos hacia adentro, a diferencia de los objetos que son percibidos hacia afuera. Así, mientras que los valores se gestan por medio de la significación interna, los objetos lo hacen, como decíamos, por medio de la significación externa.
Los valores comunes tienden, además, a organizarse en comunidades de sujetos. O, dicho de otra manera, las diferentes ideologías culturales, políticas y religiosas, crean grupos sociales de sujetos que comparten valores comunes.
Existen, además, infinidad de valores de modo que, en la práctica, no todos los sujetos que comparten una misma comunidad de valores concretos -ej.; la comunidad católica-, comparten, por ello, la totalidad de sus valores individuales. Así, pese a que la función de las comunidades sociales (de valores) es la de crear una interactuación entre sujetos que sea ordenada, finalmente, cada sujeto, dentro de la misma comunidad, podrá tener opiniones diferentes frente a las mismas actuaciones enjuiciadas; debido a que el conjunto de valores en cada sujeto no coincide al cien por cien con los conjuntos de valores de los restantes sujetos con los que interactúa. Unos valores, dicho sea de paso, que, aunque lleguen a tener peso colectivo, de manera que unos sean más incentivados por las sociedades que otros, se han de desarrollar, no obstante, individualmente, desde dentro de cada sujeto. Unos valores que, en un escala de desarrollo universal, son cada vez más relacionales -menos opresivos-, más compasivos -menos intolerantes-,... más mundicéntricos -menos etnocéntricos-. Unos valores que son mejores o peores dentro de una escala de valores Universal. Unos valores que, además, dictan nuestro proceder, o la forma en que interactuamos con el resto de sujetos con los que nos comunicamos subjetivamente. Unos valores mediante los cuales terminamos enjuiciando las acciones ajenas y las propias, generando estados de estima y autoestima, así como de reprobación y autorreprobación, que derivan en una diversa gama de emociones o sentimientos hacia los demás y hacia nosotros mismos; estados emocionales, finalmente, que son más o menos positivos y más o menos negativos para el sujeto que los experimenta, pasivamente, por medio del enjuiciamiento activo de los hechos.
Por ello, es tan importante el desarrollo cognitivo hacia adentro, del sujeto; su finalidad, la de la obtención última de comunidades de sujetos que operen, masivamente, por medio de valores más relacionales, más compasivos, más mundicéntricos, en definitiva; en donde el intercambio intersubjetivo que estos valores masivos mundicéntricos generen, produzca estados subjetivos individuales de estima y de autoestima, así como estados intersubjetivos de reconocimiento mutuo que habrían de derivar, todos ellos, en una subjetividad colectiva o conciencia de grupo, de comunidad, de nación o, porque no, del globo entero, definitivamente equilibrada.

   Así, por el hecho de que no todos compartimos la totalidad de los valores que gestamos individualmente, y por el hecho de que estos distintos valores, gestados en cada individuo, son la consecuencia de los diferentes grados de desarrollo del sujeto -el cual crea el significado interno, o valor, en base a este personal grado de desarrollo-, tenemos, entonces, que en lo cotidiano vivimos un mundo intersubjetivo construido a base de “dimes y diretes”, en donde tan sólo en los estadios más desarrollados el sujeto es capaz de mantenerse al margen, o prácticamente al margen, de este enfrentamiento de opiniones o disparidad en las valoraciones, mediante el recto discernimiento -o Razón iluminativa- y por medio de la inteligencia emocional.

  En donde, ambos, el recto discernimiento y la inteligencia emocional, perfectamente integrados, mediante la perseverancia pertinente, llevarán al sujeto hasta el mismo borde del abismo, en donde le obligarán, por último, a dar un paso más hasta caer, caer y caer... para desplegarse, desplegarse y desplegarse desde el mismo centro del corazón hasta las más recónditas esquinas del Kosmos, dejando atrás a las propias comprensiones y hasta a la capacidad de entender, a las propias emociones y hasta a la capacidad de sentir, a los propios recuerdos y hasta a las propias palabras para que, en lo más alto, el conocedor finalmente se torne lo conocido, el amante y el amado se conviertan en el mismo y uno sólo, el Conocimiento sea el Amor y la totalidad del Universo infinito termine conociéndose a si mismo, sintiéndose a si mismo, experimentándose a si mismo como el Yo que somos desde antes de que nacieran nuestros padres, en un eterno orgasmo Cósmico con el que quedará a si mismo preñado de la potencialidad de todas las cosas; de todos los objetos que generan todos los sujetos; de la manifestación del Mundo, en definitiva, que ahora mismo estamos experimentando.

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