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21 dic 2009

Principios dinámicos de las organizaciones humanas (Comentario a "Raza e Historia", de Levi-Strauss)

Lo que a continuación presento son una serie de reflexiones elaboradas tras leer el breve ensayo "Raza e historia", de Levi-Strauss.
Con él comparto la idea de que los principios dinámicos de las ciencias, ya sean físicas, biológicas, o incluso culturales, son similares, pero difiero enormemente acerca de la idea de que la evolución, ya sea física, biológica o noética, no lleva ninguna dirección.
Son interesantes las aportaciones que hace en torno a la idea de raza. De acuerdo con esto, el concepto de raza humana no es biológicamente sostenible, como tampoco lo es que las capacidades intelectivas y de producción cultural vayan asociadas a dicho concepto. Es por esto, que se dan muchas más culturas que razas. Existe, por otro lado, una diversidad cultural, estética, sociológica, que no depende directamente de la diversidad biológica humana. Las aportaciones culturales de Asia, África, América y Europa son producto de adaptaciones geográficas, históricas y sociológicas, y no de aptitudes vinculadas a la constitución anatómica o fisiológica de los negros, amarillos o blancos.
Continúa diciendo que en la actualidad es prácticamente imposible hablar de culturas aisladas. Ya que éstas interactúan y se entremezclan a lo largo del tiempo y del espacio, diversificándose a raíz de un nexo común, conectándose desde orígenes distintos; como si de una danza cuántica se tratara. Esta propiedad del desarrollo de la diversidad cultural recuerda a los sistemas de partículas subatómicas, acotados artificialmente, en los que este aislamiento es sólo ideal, no real, pues es imposible separar plenamente un sistema cuántico del resto del Universo. Así, es imposible aislar plenamente para su estudio una cultura de las restantes. Incluso en los albores de la Humanidad, toda cultura primitiva experimentaba un grado mínimo de contacto y, por tanto, de permeabilidad con sus vecinas. Este radio de interacción en la distancia se fue ampliando, progresivamente, con el transcurso del tiempo, a medida que las culturas maduraban y se desarrollaban hasta desembocar en la globalización actual.
Así pues, la inmensa diversidad cultural es el producto de estas interminables convergencias y divergencias y, en tanto que esto, es un fenómeno natural.
Los estudios arqueológicos parecen mostrarnos, además, que las diferentes revoluciones culturales que se han sucedido a lo largo del tiempo -medido en miles de años-, se han manifestado en la línea temporal de forma casi espontánea o brusca; lo que nos imprime la sensación de que el desarrollo cultural, entendido como revolución cultural, no se da de forma continua, sino a saltos. Como la transmisión de la energía en física cuántica, en donde ésta se lleva a cabo mediante el suministro de quantos o paquetes de energía.
También pareciera que este desarrollo cultural se diese tanto en sentido creciente/acumulativo, como decreciente/degenerativo. Lo que evoca la idea de que la involución, tanto como la evolución, existen. Para defender este argumento, Levi-Strauss se apoya en el hecho de que ciertas civilizaciones experimentan no sólo un estancamiento sino, también, una regresión olvidando tecnologías adquiridas en el pasado y, en algunos casos, recuperándolas muy posteriormente.
Podemos ya determinar, por todo lo anterior, que las culturas convergen y divergen, así como evolucionan e involucionan. Es por esto por lo que él dice que la humanidad no evoluciona en un sentido único.
Personalmente, me permitiré la licencia de considerar que las convergencias y divergencias culturales se darían en un mismo plano, mientras que las evoluciones e involuciones se sucederían en planos contiguos o escalonados. La misma concepción de planos culturales contiguos o escalonados en la trama espacio-temporal, cada uno de ellos como un sistema de conocimiento particular, genera la inmediata idea de progreso que evoluciona. Una idea que es rápidamente rechazada por Levi-Strauss; o, al menos, lo es en un sentido ortogénico o con una direccionalidad predeterminada. Sin embargo, al considerar éste que nuestra cultura moderna industrializada, lo es sólo por una mera combinación de factores probalísticos que si no se hubieran dado en Europa lo hubieran hecho, tarde o temprano, en cualquier otro lugar, termina asentando las bases de lo que anteriormente negó; esto es el desarrollo ortogénico o desarrollo preestablecido en una determinada dirección, al sentenciar que el racionalismo industrial era inevitable. Parece lógico que aquello que es inevitable -o que habrá de darse, tarde o temprano-, habrá de condicionar el desarrollo de un suceso (físico, biológico o cultural). Reforzando, además, él mismo, esta idea de inevitabilidad de un evento -y, por tanto, de evolución condicionada u ortogénica de éste- en el momento en que se propone hacer referencia al hecho de que revoluciones culturales, como la agricultura y la metalurgia, aparecieran casi simultáneamente en distintos lugares.
Pareciera, por esta replicación aparentemente azarosa, que la evolución no tuviera, realmente, infinitas posibilidades y que ante una serie de condiciones que se repiten en el espacio o en el tiempo, sólo fuera posible un número limitado de resultados; nada más alejado del azar con combinaciones infinitas.
Esta argumentación, inconsciente por su parte, en favor de la ortogenia socio-cultural no está, en mi opinión, enfrentada a los procesos dinámicos de convergencia/divergencia y desarrollo/regresión, asociados a la diversificación cultural. Es perfectamente compatible con todo esto una línea única de desarrollo evolutivo que se vaya abriendo paso entre la diversidad cultural espacio-temporal; que lo haga, además, a saltos, como una línea sobresaliente de entre las convergencias y divergencias posibles, a la par que otras líneas culturales se estancan o involucionan. El hecho de que una parte, o una visión particular, no sea superior a otra, no invalida que el conjunto tenga una dirección o intencionalidad.
Esta “línea de progreso absoluto”, medida en número de cambios de niveles de complejidad del Conocimiento, toma la forma -ya conocida por muchos- en la que la Magia da lugar al Mito, el Mito deriva en el Logos y ¿de aquí a...?. Una línea de progreso absoluto, que es la de la cultura occidental moderna; la cual, hasta hacerse adulta en el Logos, hubo de nacer como Magia y crecer como Mito. “Todas” las culturas nacieron como Magia, en las sociedades tribales. “Algunas” evolucionaron hacia el Mito, con la aparición de las primeras ciudades-estado hasta los grandes Imperios de todos los tiempos y lugares. Y, de entre todas éstas, “las menos", evolucionaron hacia el Logos; la sociedad occidental, de forma destacada, evolucionó plenamente hacia este Logos, en el S. XVIII, con la llegada de la revolución francesa, la Ilustración y el Humanismo, en contraposición y como alternativa, a la nobleza, el absolutismo, el clero y la teocracia míticas. Hablo de un Logos que, qué duda cabe, se gestó en Grecia y se impulsó, definitivamente, en el Renacimiento; y de una “única línea”, como decíamos, la línea de progreso absoluto, que se define así, porque es la que mayor número de cambios de niveles de complejidad creciente ha experimentado.
Levi-Strauss niega, taxativamente, la mayor complejidad de la cultura Occidental moderna en detrimento de las sociedades antiguas, pasadas o lejanas. Hecho con el que puedo estar, en cierto modo, de acuerdo. No hay más que leer Antropología Social para reconocer esto, a modo de pequeña Iluminación en la que la verdad del relativismo cultural ilumina el oscuro etnocentrismo que impide ver. Efectivamente, creo, al igual que él, que la naturaleza intrínseca de la dinámica cultural es “relativista”, en el sentido de que es imposible, sin faltar a una verdad superior, hablar de un sistema cultural absoluto, predominante o de referencia, sobre el que posicionar, evaluar o enjuiciar a los restantes. Curiosamente, para nosotros, ese sistema de referencia cultural absoluto es el nuestro y para cada grupo, es el suyo; esto, de lo que hablo, es etnocentrismo. Enraizado en toda cultura; por ser las mentes, de las que todas las culturas emanan, sencillamente egocéntricas. Así que, ¿qué podría crear el egocentrismo, sino etnocentrismo? En este sentido, consideramos que la Teoria de la Relatividad es ampliable, a través de la consecuente reformulación, no sólo al posicionamiento contextualizado de cada cultura en relación a todas las demás, sino también a la veracidad relativa de cada idea en relación a las restantes ideas de los demás. Ideas que, dicho sea de paso, dan lugar a la Cultura. Y esto es así, porque la observación de otra cultura desde nuestra propia perspectiva cultural nos ofrece, siempre, una visión distorsionada de la naturaleza y significado intrínsecos de la cultura observada.
Desde que nacemos, lo que nos rodea hace penetrar en nosotros, de forma consciente o inconsciente, un complejo sistema de referencias articulado en juicios de valor, intereses múltiples, formas de interpretar, a modo de lente que deforma cualquier visión allá a donde miremos.
Es posible, en consecuencia, que cada cultura sea incapaz de emitir un juicio verdadero sobre otra, puesto que éstas no pueden evadirse de sí mismas sin dejar de ser lo que son. La apreciación subjetiva, intrínseca a cada cultura, por tanto, permanece; impidiendo la objetividad plena.
Y, asumiendo todo lo anteriormente expuesto en torno a la idea del relativismo cultural como principio fenoménico, no puedo, sin embargo, renunciar a la idea de progreso evolutivo, expresado en términos de un aumento de complejidad, que pudiera denotar un cierto sentido de jerarquización. Una jerarquización que pareciera enfrentarse a un relativismo, que no jerarquiza. Y digo, pareciera, porque, en un análisis más profundo de los hechos, creo que estamos en condición de admitir ambas verdades si asumimos que lo que evoluciona, en ordenes de complejidad creciente, no son las culturas -quedando éstas, efectivamente, relegadas al plano de lo relativo, en tanto que partes contextuales-. Lo que evoluciona, entonces, en orden de complejidad creciente, es un nuevo elemento que ha de ser matizado por caerse, con facilidad, en el error de reducir éste a la Cultura, y viceversa. Hablo, sin duda, del Conocimiento. Del Conocimiento, como germen de la Cultura; del cual, ella emana. Un Conocimiento que “interpreta” al Todo en contraposición con unas culturas parciales, que son la expresión contextualizada, en los ámbitos geográfico/temporales concretos, de los diferentes tipos de Conocimiento unidos a las necesidades biológicas y de bienes. Un Conocimiento, que si es intrínsecamente Mágico, se expresa en culturas tribales diversas como las Amazónicas o las Polinésicas o, incluso, en forma de tribus urbanas dentro de culturas más amplias; que si es intrínsecamente Mítico, lo hace en términos de cultura Judeo-Cristiana o Islámica, entre otras; y si es intrínsecamente Racional, lo hace como cultura Capitalista o Socialista, por ejemplo. Éstos son sólo algunos ejemplos.
Continuamos hablando de un Conocimiento que, en tanto que quiere atrapar a la Totalidad, puede ser expresado en términos de absolutos jerarquizados en orden de complejidad creciente. Cada uno de ellos explicando al Todo, cada uno de ellos haciéndolo de forma más compleja; del mismo modo en que, por ejemplo, la mecánica clásica y la mecánica cuántica elaboran su explicación particular del Universo -como el Todo-, y en donde ambas explicaciones son racionalmente verdaderas, con la salvedad de que la segunda, en su mayor complejidad, explica con más detalle. En este sentido, los diferentes órdenes de Conocimiento conocidos -refiriéndonos a la Magia, el Mito y el Logos- presentan sus respectivas Cosmogonías; y, en el caso del Logos, una Cosmología. Cada una de las cuales, como decíamos, abarca la Totalidad, pero de forma más compleja que la anterior, explicando con mayor grado de precisión.
De lo anterior, se deriva que las estructuras psíquicas, de las cuales emana dicho Conocimiento, también presentan este orden jerarquizado de complejidad creciente. Así, los mecanismos que operan en una mente racional, presentan una complejidad mayor que los que lo hacen en una mente pre-racional que se rige por los Mitos. Y a su vez, la mente mítica lleva a cabo elaboraciones más complejas que la mente fantásmico-mágica; utilizo, para desarrollar esta idea, términos expresados en psicología evolutiva.
He pretendido, de esta manera, conciliar el relativismo cultural, que relaciona a unas cultura con otras sin jerarquías, con la noción de totalidades de Conocimiento que se relacionan jerárquicamente entre sí y, no por esto, de forma menos natural. Tratando, de esta manera, de armonizar las partes relativas -como culturas- con las totalidades jerarquizadas -como sistemas de conocimiento-
Me queda, por último, enumerar otras propiedades intrínsecas de la dinámica cultural para aclarar, de esta manera, su naturaleza; revelando, así, que los fundamentos de la dinámica de la materia y los de la dinámica de la información -entendida como desarrollo de las culturas- son similares, como veníamos observando hasta ahora; sí no idénticos. Pudiéndose ver, desde esta nueva perspectiva, la materia y la información como aspectos distintos del mismo principio.
En este orden de cosas, una de las propiedades fundamentales, tanto de la mecánica cuántica como del estudio de las sociedades/culturas, es el hecho de que las predicciones acerca de hacia adonde evoluciona un sistema, ya sea cuántico o socio/cultural, pueden expresarse tan sólo en términos estadísticos o de probabilidades. El determinismo en este ámbito, por tanto, no existe. Y eso puede ser debido, en ambos casos, a que es imposible conocer todas las variables que intervienen en el sistema acotado artificialmente; por no ser posible, como decíamos, una acotación “real” y efectiva del mismo.
También sucede, como en la cuántica, que todo observador de un sistema, a modo de etnógrafo que estudia una determinada cultura, por el mero hecho de observar ya está modificando las condiciones originales de lo observado.
Finalizo esta exposición enunciando el principio según el cual, si en un sistema cuántico -e, incluso, termodinámico- se produce una variación parcial, ésta se refleja instantáneamente en todo el sistema de forma que éste se autorregula. Pues bien, de igual modo sucede en los sistemas sociales o culturales -incluso en los ecológicos y en los organismos-, en donde una modificación en alguna de sus variables o componentes, produce una reorganización de todo el sistema social o cultural; ya sea de forma sutil o evidente. La aprobación de leyes controvertidas son una prueba observable de este principio, en donde el revuelo y crispación social inmediatos terminarán asentándose en nuevas estructuras sociales, así como en renovados valores culturales.
A lo largo del texto hemos tratado de revelar las similitudes entre los principios de las ciencias físicas y las ciencias sociológicas -y, también, con la biología en lo concerniente al principio ortogénico-; usando, como catalizador, el ensayo “raza e historia” de Levi-Strauss, sin más intención que la de aportar un punto de vista diferente, original. No podemos admitir, desde luego, la veracidad inequívoca de lo expuesto. En cambio, si es lícito que descansemos nuestra conciencia en lo que, una y otra vez, nos expresan los científicos más eminentes; esto es la intuición, casi mística, de que tras todo este caos manifiesto se esconde un exquisito orden; junto con la idea de que si una teoría habrá de ser cierta en un futuro, se reconocerá en el presente por su intrínseca belleza.
Nota: La idea del desarrollo ortogénico de las culturas ha sido estrapolada de la idea de desarrollo ortogénico en las especies, presente en el ensayo "Del punto omega de Teilhard a la neo-ortogénesis de la nueva biología", de Juan L. Domenech. -www.redcientifica.com-

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