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31 may 2015

Zen no es la unión de la "z", la "e" y la "n"

Uno de los riesgos que presenta la lectura solitaria de los textos clásicos del budismo, sin la guía de alguien ya formado en esta doctrina, es la de darles un significado erróneo, en muchos casos, debido a la interpretación en sentido literal que de algunos de sus enunciados se hace; no sabiendo ir, por tanto, más allá de las palabras que en estos textos se expresan. Así, por ejemplo, cuando muchos practicantes autodidactas leen en el Fukan Zazengi, de Dogen, que hacer zazen es Realización (como sinónimo de Despertar) se quedan ahí, como absortos en su zazen, asumiendo esta idea mediante un mero acto de fe; convenciéndose de que ya no hay nada más que hacer, pues creen entender en las palabras de Dogen que al sentarse en zazen ya están Realizados. No penetrando, de esta manera, en su meditación, yendo más allá de las palabras; y no comprendiendo, por ello, que Dogen escribió esto desde su propio estado Realizado -o Despierto-. No comprendiendo, por tanto, que es cuando la Realización se manifiesta en uno mismo, cuando zazen no es distinto de dicha Realización, y no antes.

En este hecho, el de ir más allá de las palabras, se pone especial hincapié en el budismo zen. Por ello, en esta doctrina, se dice que "muchos se quedan absortos mirando al dedo, cuando el maestro les señala a la luna"; en referencia al ejemplo expuesto anteriormente, entre otros. Y por ello, también, se dice que los teishos, o charlas del maestro a los aprendices, han de ser, siempre, "de corazón a corazón". Expresión que se refiere a que, por medio de la escucha atenta y vacía, el aprendiz ha de penetrar las palabras del maestro yendo más allá de ellas, hacia el modo en que éstas resuenan en su interior despertando su intuición; hecho que habrá de verse reforzado mediante sus avances en la práctica de zazen.

La gran paradoja del zen, y la del budismo en general, cuyo núcleo experiencial es la realización de la Vacuidad -como expresión del Satori o el Despertar-, es la dificultad con la que éste se encuentra al tratar de comunicar dicha Vacuidad con el mismo lenguaje que, precisamente, la impide. Pues, el propio lenguaje consiste en comunicar “ideas”; dándose, por tanto, la contradicción de que describir o enunciar la Vacuidad, implica que ésta deje de ser la Vacuidad misma para convertirse en "la idea" de la Vacuidad; para convertirse, por tanto, en "algo". Así, finalmente, los que han realizado la Vacuidad dentro de sí, se dan cuenta de que ésta no puede ser "comunicada" de una mente a otra mente; como se comunica, por ejemplo, la noción matemática de lo que es una derivada. Si no que, dicha Vacuidad, tan sólo puede ser "inducida" en el otro; y sólo puede llevar a cabo esta "inducción" aquél que ya se ha sumido en ella, porque es el que la conoce directamente. Así, el maestro, no comunica la Vacuidad al discípulo, sino que trata de inducirla en él. Especial énfasis en este aspecto de la inducción de la Vacuidad, por parte del maestro hacia el discípulo, se da en el Zen Rinzai japonés y en el Dzogchen tibetano. Las herramientas que, para ello, utilizan las diferentes escuelas del budismo son dispares.

Por último, en línea con todo lo anterior, la misma noción budista de "maya", consistente, en uno de los aspectos más avanzados de la práctica, en la comprensión de que las mismas palabras que nos representan el Mundo son el primer obstáculo que se nos aparece al tratar de aprehenderlo directamente, no es exclusiva del budismo; ni de oriente, en general. Ya, en occidente, Korzybski decía, en relación a la semántica, que "el mapa no es el territorio que representa". Su contemporáneo, el filósofo Wittgenstein, dijo: "los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo". Antes que ellos, Kant, hablaba del nóumeno o "la cosa en sí", para referirse a aquello hacia lo que apuntan las palabras, pero que no puede ser "atrapado" por éstas. Y antes que él, Aristóteles dijo que "la palabra ´perro´ no ladra". Y, aún antes que Aristóteles, los babilonios dijeron que "aquello que no puede ser nombrado, no puede ser pensado", haciéndonos ver que los objetos se nos aparecen como tales porque, previamente, son pensados/designados. Y el Buda, que también comprendió esto, cuando en uno de sus discursos quiso enseñar la verdad primera a sus discípulos, simplemente, mostró una flor. Maha-kashapa, súbitamente, comprendió y la recibió con una sonrisa. Como nosotros, los practicantes de zazen, cuando súbitamente comprendamos, habremos de soltar una carcajada al darnos cuenta de que zen no es la unión de la "z", la "e" y la "n". ¿Obvio, no?

5 comentarios:

  1. Muy de acuerdo. Gracias.

    Si me permites, además Dogen ni siquiera dice muchas de esas creencias, es lo que deducen de lo que leen en Dogen lo que les lleva a ese engaño.

    O quizá mejor, como ya existe el engaño en su mente, leen las ambigüedades de Dogen (y lo que no es tan ambidüo) y las adaptarlan a su creencia.

    Dogen nunca dice "ya estás iluminado", pero sí es cierto que la práctica es realización.

    Ahora bien, no dice que la práctica sea iluminación y tampoco dice que la realización se prolongue cuando te levantas del cojín por arte de magia.

    Y no lo hace...

    Todo eso es inventado...

    Pero es que además da idea de una cuestión muy peligrosa: la ausencia de sentido común o discernimiento en el practicante...

    ¿A esa persona realmente le parece que ya está iluminada? ¿cómo puedes autoengañarte de esa manera y seguir sufriendo tanto? ¿no tienes discernimiento para ir más allá de lo escrito, lo haya escrito quién lo haya escrito? ¿qué concepto tan mínimo y miserable de iluminación sería esa que te mantiene sufriendo como siempre excepto cuando te narcotizas sentado en zazen?

    Sin ese discernimiento del practicante, que tanto parece brillar por su ausencia, el tránsito por el camino espiritual será complicado y perdedor y quizá nunca dé frutos.

    Un abrazo

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    1. Por todo ello, y por mi propio bagaje, considero que la figura de alguien legitimado -llámese como sea que se quiera llamar- es necesaria en nuestra práctica. Una expresión egóicamente sutil, es creer que uno no necesita de la ayuda de nadie para alcanzar la Realización. Al guía que me acompaña orietándome, a mí me gusta referirme a él como “maestro”; en agradecimiento a su labor. Sin sus continuos “toques”, ahora lo sé, jamás hubiera penetrado la médula del zen. Y creo que es altamente improbable, además, que alguien, por su cuenta y riesgo, apoyando su zazen exclusivamente en las lecturas, penetre la esencia del zen. Muy al contrario, considero que las meras lecturas llenan la cabeza de “ideas” sobre zen, que no son el zen mismo.

      Luego están los “anarquistas del zen”, hijos de la posmodernidad intelectual occidental de finales del XX, que, como buenos posmodernistas, no acatan ningún tipo de jerarquía por considerarlas, todas, opresoras. Cuando el hecho es que, si uno elabora un mínimo de discernimiento lúcido, hallará que algunas jerarquías son meramente funcionales u organizativas. Creo que éste es el caso de la jerarquía maestro/discípulo del zen. Y si uno percibe, en su sensatez, que, en algún momento, su relación con el maestro se convierte en una relación de opresor/oprimido, simplemente, a de marcharse y buscar a un genuino maestro. La transmisión del Dharma, por desgracia, o gracias a que es una cuestión humana, no es infalible, y no pongo en duda que haya maestros legitimados de forma errónea.

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    2. Un verdadero maestro, o guía, o, simplemente, amigo, como lo quieras llamar, la denominación es sólo una “palabra”, tiene que, por decirlo de alguna manera, “meterte el dedo en el ojo” de vez en cuando para que tu zazen no se convierta en una simple “meditación de salón” (para intelectuales ociosos o para adeptos al “new age”). Pero un verdadero maestro/guía/amigo, también te tiende la mano y te mira a los ojos esbozando una sonrisa compasiva cuando desfalleces en medio de la práctica, en medio de la vida. Y nunca, nunca, jamás, te dirá qué es lo que tienes que hacer con tu vida o qué decisiones tomar en determinados momentos. Un verdadero maestro, preguntado por qué tienes que hacer “tú” con “tu vida”, te invitará a que te sientes en zazen y halles la respuesta en tu interior.

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    3. Así, para finalizar, considero, como dices, que el buen discernimiento es fundamentalísimo en la practica del zen. Pero, junto con ello, también es necesaria la asistencia de alguien ya formado, para que éste nos empuje al abismo y, atravesando dicho recto discernimiento, acabar desembocando en el no-discernimiento que nos revelará la verdad anterior a todas las demás verdades.

      Un cordial saludo.

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  2. Prefiero hablar de la relación entre dos personas espirituales como de amistad, colaboración, ayuda y compañerismo, da igual el nivel de realización de cada uno.

    Pero acepto que otros prefieran la relación al estilo maestro-discípulo. Especialmente si uno es capaz de encontrar a alguien en quién vea esa figura y eso le motiva perseverar.

    Pero no porque "hay que tener maestro" y alguno hay que elegir o porque para estar en determinada "sociedad" uno deba tener "supervisor"...

    Por tanto tampoco es exacto contraponer: o maestro o progresión en soledad, aunque esta sin duda es posible (sino nadie habría podido jamás comenzar) aunque difícil. Pues hay muchas otras (infinitas de hecho) formas de relación entre personas.

    Un abrazo

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