Búsqueda

1 nov 2010

Yo en función de cada uno

  ¿Te ven los demás como tú mismo te ves? ¿La imagen que los demás se hacen de ti mismo depende exclusivamente de ti? ¿Tienes el control de lo que los demás ven en ti?. No lo creo.
 Los demás se relacionan contigo conforme a como te perciben. Y te perciben en función de como perciben tu mundo subjetivo (o personalidad) en relación al suyo propio. Si esta relación (entre su subjetividad y la tuya) es adecuada, te verán y tratarán de un modo; si no lo es, te verán y tratarán de otro.
Por tanto, que otro te perciba y, en consecuencia, te trate de una manera u otra no va a depender, exclusivamente, del modo en que eres (o como te percibes a ti mismo) ni tampoco del modo en que el otro es (o como él se percibe a sí mismo), sino que, más bien, este trato del otro hacia ti, dependerá de la relación que se genera entre las dos formas de ser (o modos en que cada uno se percibe a sí mismo).

  Pero, sucede que al pensarnos a nosotros mismos, nuestro ego, o centro psíquico de identidad, crea una imagen fija que se percibe como consistente en sí misma. Formada por infinidad de cualidades subjetivas con las que nos identificamos y mediante las cuales perfilamos la idea que de nosotros mismos tenemos. E, ingenuamente, suponemos que dicha imagen que interiormente percibimos de nosotros mismos es, igualmente, observable desde fuera; como si fuéramos una casa amueblada con paredes de cristal. Así, si pienso, por ejemplo, que soy inteligente, sexy, simpático, con altas cualidades morales, aunque también pienso que a veces tiendo a monopolizar las conversaciones, a ser el centro de atención y, alguna que otra vez, a ser algo irascible, pero, pese a todo, y por todo ello, en mi fuero interno continúo pensando que soy irresistible, de igual modo concluiré que todo el mundo habrá de percibirme irresistiblemente porque todo el mundo habrá de captar, junto conmigo, en mayor a menor grado, toda esa gama de cualidades subjetivas que pienso que soy. Es decir, me pensaré a mí mismo como un valor absoluto, en el sentido de que supondré que todos habrán de tener de mí la imagen que yo tengo de mí mismo. Supondré que en determinados aspectos secundarios, cada individuo me percibirá de forma distinta porque yo actuaré acorde con el roll social adecuado a cada momento (no me relacionaré exactamente igual con mi jefe, que con mi madre, que con un amigo, que con un simple conocido), pero, en lo fundamental, creeré que todos estarán de acuerdo en que soy un tipo irresistible o, cuanto menos, interesante (el razonamiento es extensible a alguien que no se tenga en tan alta estima presentando, incluso, un ego devaluado).
E igualmente sucede que esto no es cierto, que todo el mundo NO habrá de vernos, en lo fundamental, como nosotros mismos nos vemos y que, por ello, cada uno de nosotros NO tenemos un valor intrínseco absoluto; el mismo en cada tiempo y con cada persona. Muy al contrario, a causa de que el enjuiciamiento que el otro hace de nosotros es el resultado de la relación entre su modo de ser y el nuestro propio, nuestro valor es siempre relativo. Variando éste, por ello, en función del tipo de relación que nuestra personalidad establece con los diferentes tipos de personalidades de los individuos con los que interactuamos. O, dicho de otro modo, bien podríamos establecer que, el valor que los demás nos otorgan es una función que va a depender de cómo nos proyectamos nosotros hacia afuera y de cómo cada uno de los otros nos perciben o procesan la información que nosotros les enviamos. Así, esta función que mide la relación de un individuo con otros individuos (función de imagen social de un individuo, le podríamos llamar), sería una función que, al estilo de cualquier función matemática, nos mostraría que no existe un único valor (o valor absoluto) para la función dada. En este caso, la función sería: "qué imagen tengo yo para los demás", en donde yo estaría representado por la coordenada X y los demas u otros yoes estarían representados por la coordenada Y. Y, como sucede que la inmensa mayoría de los otros yoes con los que nos relacionamos son distintos entre sí y distintos a cada uno de nosotros mismos, el valor de esta función, a la que hemos denominado "qué imagen tengo yo para los demás", será siempre un valor variable (o valor relativo), que va a depender del punto en que nos encontremos en el eje X (yo y lo que proyecto de mí) así como de cada uno de los puntos en el eje Y (cada uno de los otros yoes y cómo me percibe cada uno de ellos). La forma de la función que se derive de los puntos de corte de la proyección de los diferentes puntos en Y (los otros yoes) con el punto en X (yo) podría ser muy dispar, dependiendo de si nosotros nos mantenemos constantes al interactuar con otros yoes (Xyo=cte. Yyoes=vble.) o, por el contrario, variamos nuestra forma de ser dependiendo de con quién interactuemos subjetivamente (Xyo=vble. Yyoes=vble.).
Visualizar esta sencilla función pseudomatemática, nos ayudará a comprender mejor la idea que defiendo de que cada uno de nosotros, o de nuestro yo, NO tiene un valor intrínseco absoluto que habrá de ser el mismo para cada uno de los demás que nos perciban, sino que, al contrario, este valor nuestro dependerá, como decíamos, de la relación que se establece entre nuestra forma de ser y la de cada uno de los otros “otros” (u otros yoes).
Así, la imagen que cada uno tenga de mí mismo dependerá de dos variables: esto es, de la información que yo envíe de mí mismo a todos los demás y de como cada uno de ellos procese dicha información; y no dependerá, únicamente, de la imagen que yo proyecto de mí como simplificadamente se tiende a creer.

  La comprensión de lo anterior nos ayudará, entonces, a NO empecinarnos en que el otro (o los otros) nos vea de la forma en que nosotros queramos que nos vea, pues, sencillamente, cada uno de los posibles otros sólo pueden experimentarnos en función de la relación o función que más arriba hemos desarrollado, y que muestra, finalmente, y de forma gráfica (si la representamos en papel), que nuestras personalidades no tienen un valor en sí mismas (absoluto) que cada uno de los demás habrá de ver, sino que, muy al contrario, este valor viene siempre perfilado por el otro que nos mira. Este valor depende siempre, como decíamos, de las interacciones (o puntos de corte en la función dada) de cada uno de nosotros con cada otro, siendo, por ello, éste, siempre un valor relativo (o dependiente en cada momento de cada contexto dado).
Esta comprensión, por último, nos descarga considerablemente de la visión egocéntrica en la que andamos inmersos al percatarnos de que nuestro yo (centro psíquico de identidad), en última instancia, no es algo fijo y sólido que dependa exclusivamente de sí mismo, de mí mismo; permitiéndonos, esto, ir por la vida menos contraídos, menos replegados sobre nosotros mismos. Nuestro yo (centro psíquico de identidad o ego) no es plenamente en sí mismo, sino que se completa en relación con otros yoes.

  Un yo o ego, el de cada uno, que abordado desde esta perspectiva relativista, se reconoce sin auto-consistencia, y se percibe como el resultado final de la resonancia que se produce en la interacción con otros yoes o egos. El buen yo, el ego de los mejores, es aquél que es siempre cambiante, que se adapta, que fluye como el viento entre los veinte mil recovecos y, ya sin forma sólida, no choca con las esquinas tratando, tercamente, de abrirse paso a través de ellas.
El mejor yo, el ego más sano, habría de ser un yo sin forma concreta, casi invisible, pero no por ello un yo débil e inoperante; pues lo que es sin forma concreta se adapta a todas las superficies y se mueve eficazmente sobre ellas. Un yo que no será ya un yo anclado al espejismo de la imagen mental "fija" de sí mismo, sino un yo anclado a su misma base, de la cual emana: el mismo Ser en cada uno y que no puede ser visto, del que sólo captamos sus reflejos: estabilidad, equilibrio, adaptabilidad, fuerza interior, capacidad compasiva, habilidad cognitiva, creatividad, sensibilidad, atención constante, capacidad resolutiva, acción eminentemente práctica... Siempre presente, siempre consciente... su silencio atronador todo lo contiene.

No hay comentarios:

Publicar un comentario