Búsqueda

14 nov 2010

Acerca de la verdadera felicidad

  Aún recuerdo la sensación de incredulidad que se me quedaba cuando oía a mi maestro decir “tienes que unificar cuerpo y mente para recuperar tu mejor estado”. Entonces, perplejo, me perdía en la literalidad de la frase y en medio de tanto absurdo racional no quería más que salir corriendo. Sin embargo, entre tanta confusión, finalmente, un pequeño e incomprensible voto de confianza se abría paso de entre lo más hondo; como una pequeña e incongruente pizca de fe que brotara de alguien que no cree en Dios. Y así me mantenía anclado a la silla. Sin negar que, al menos un par de veces, salí de allí refunfuñando mentalmente lo, cuanto menos, estúpido que todo aquello me parecía.
Trascurrido el tiempo… mucho tiempo, terminé comprendiéndolo en medio de una suave sonrisa que endulzó todo a su paso mientras me fundía en aquella danza sincrónica de movimiento de recipientes, sartenes, alimentos y yo mismo, inmersos todos ellos en la cocina, en una ordinaria tarde de una hora común en que la mayoría de nosotros preparamos el almuerzo. Me percaté, entonces, de que lo que la frase encerraba no podía ser captado íntimamente por mi intelecto y que esa codificación intrínseca de la misma sólo me podía ser revelada a través de las prescripciones recibidas por el guía, que incidían en la importancia del cultivo sostenido de la atención; tanto en la inmovilidad de la meditación como en la acción del movimiento.
Una atención que consiste, sencilla y pacientemente, en enfocar la mente en la inmovilidad o en la acción de forma sostenida, sintonizando con ellas. La mente tenderá a irse a sus cosas… no pasa nada; observar con atención hasta que amablemente vuelva, pero siempre con atención, siempre la atención. Y es en esta sintonización de la mente con el cuerpo (inmóvil o en acción), que se obtiene mediante el cultivo sostenido de la atención, en donde, finalmente, se experimenta subjetivamente como si cuerpo y mente se fundieran (unificaran) en una síntesis que, maravillosamente, habrá de generar algo mayor que la suma de ellos mismos. Este "algo mayor a la suma de ellos mismos" es una suerte de sinergia cuerpo/mente que, a falta de vocablo en lengua española que lo exprese, bien podríamos llamar espíritu o conciencia consciente de sí o Ser; en donde, finalmente, nos re-unificamos con nosotros mismos recuperando nuestro mejor estado. En el re-conocimiento de éste, nuestro mejor estado, experimentamos una dicha silenciosa a la que los Maestros Zen llaman, mediante su lenguaje escurridizo al intelecto, silencio atronador. Esto es simple plenitud o felicidad innata, desenterrada de entre tanta basura mental vertida al cabo de los días que termina separando nuestro cuerpo de nuestra mente.

  Y es tan sólo cuando alcanzamos este estado físico-psíquico de integración cuerpo/mente, que sinérgicamente deriva en el Ser o espíritu o conciencia consciente de sí que somos, cuando nos damos realmente cuenta de que antes de esto vivimos a medias o fragmentados por la mitad, con un cuerpo aquí y una mente allá (en la espesa bruma cerebral de la fantasía y la elucubración mental); anestesiados, así,  de la Realidad que es únicamente aquí y expresamente ahora.
Vivir no fragmentados, plenamente, vivir de verdad aquí y ahora en cuerpo/mente, en nuestro estado original que es nuestro mejor estado, es, por tanto, traer a la mente aquí con el cuerpo que está aquí, y hacerlo ahora a través de la atención; pero no se trata sólo de traer a la mente junto al cuerpo, sino que, además, hemos de permitir que ésta se funda, sencilla y naturalmente, con él, mediante, como decíamos, una síntesis sinérgica de cuerpo/mente que nos rebela al Ser o espíritu o conciencia consciente de sí que ya somos desde siempre.
Un Ser que somos, que es pleno en sí mismo por ser dependiente exclusivamente de sí mismo, que posibilita y sostiene al ego (o  yo virtual y parcial) con el que, erróneamente, nos terminamos identificando a causa de tanta elucubración mental vertida sin control. Un ego que depende, en última instancia, de las "ideas mentales" que de sí mismo, de los demás y del mundo se forma, y dependiente, también, de los demás egos con los que interactúa. Un yo al que llamamos virtual porque se nutre de "imágenes e ideas puramente mentales" y de "impresiones subjetivas construidas a base de dimes y diretes". Así, este  yo, de tanto elucubrar e imaginar a destiempo y durante tanto tiempo, termina creyéndose su propia representación del mundo, que no es el mundo en sí.

  Esta práctica, que es cultivo sostenido de la atención, nos permite comprender, finalmente, que la verdadera felicidad o felicidad innata -que es la que no depende de nada ni de nadie- habrá de nacer de la re-unificación cuerpo/mente, que sinérgicamente deviene en el Ser. Esta felicidad vital nacerá de la plenitud sin forma ni contenido mental alguno en que esta nueva unidad deriva, como pura conciencia de simplemente ser, que dependerá exclusivamente de sí misma.
“Yo Soy”, no depende de nada ni de nadie. Simplemente, Soy. Y cuando este "Yo soy" se actualiza plenamente a través de la atención sostenida, entonces, plenamente somos. No hay objeto mental (conceptual) que sume o reste nada a este vacío y a la vez pleno “Yo soy” que cada uno de nosotros somos. Y en esta plenitud desnuda que soy antes de vestirme con las miles de categorías mentales que tengo la capacidad de establecer, siento felicidad innata sin contenido concreto... Inmerso en el ingrábido abismo del Ser, sin categorías mentales que fragmenten mi Yo en miles de trozos desperdigados, aquí, nada me sobra y nada me falta.

  Pero en la vida ordinaria buscamos la felicidad, como sinónimo de plenitud, a través de ideas gestadas interiormente que perseguimos exteriormente. Sin darnos cuenta de que la "felicidad que es a la par plenitud" no está, realmente, en convertir esas ideas en objetos reales y situaciones objetivas, lo cual no es más que efímera consumación del placer mental (felicidad parcial), sino que, muy al contrario de lo que se cree, esta "felicidad plena" es un estado puramente interno que depende exclusivamente de sí mismo (de mí mismo, de ti mismo...); de nuestro Ser que somos.
Existen, por tanto, dos tipos de felicidad a las que el Hombre puede acceder: la felicidad parcial, puramente externa (dependiente de agentes externos), efímera, que se sacia en la consecución de algo y vuelta a empezar en la búsqueda de más felicidad (parcial), en una espiral desvitalizante sin fin. Y la felicidad plena, puramente interna, accesible en cualquier momento (mediante el método adecuado) y, por tanto, siempre presente, que se sacia en la manifestación consciente de ella misma pero no se agota; felicidad sin forma, sin categoría mental ni objeto físico ni situación concreta; felicidad innata que perdimos cuando nos volvimos imaginativos, especulativos y reflexivos.
 
  Sin necesidad de renunciar a la felicidad externa, aquélla que nos es promovida por las gratificaciones sensoriales que nos brinda nuestro mundo sensorial, hemos de recuperar nuestra felicidad innata para acabar con la enajenación provocada por lo sensorial, que derivó en la alienación a causa del deseo desenfrenado hacia lo puramente físico (de los sentidos), que, junto con "lo reflexivo, lo especulativo y lo fantaseado", terminaron enmudeciendo a lo puramente interior... Ahora, la mayoría de nosotros somos como burros hambrientos con anteojeras que persiguen la zanahoria al final del palo portado por quienes los montan, sin percatarse los pobres pollinos de que se desplazan por un prado cubierto de hierva fresca.

No hay comentarios:

Publicar un comentario