La siguiente entrada ha sido publicada en la revista digital Red Científica, a modo de artículo de opinión:
http://www.redcientifica.org/freud_y_el_budismo.php
Conforme a la teoría del
psicoanálisis de Freud, el individuo es una unidad cuerpo-mente
dirigida, en su aspecto más fundamental o biológico, por la energía
libidinosa que hunde sus raíces en el cuerpo y aflora en la mente.
Esta
energía vital o
libido fluye a través de la
unidad psicosomática mediante lo que él denominó
pulsiones. Estamos, además, biológicamente programados para
dar salida a estas pulsiones o emanaciones de la energía vital o libidinosa. Para ello, el organismo habrá de actuar conforme al
siguiente esquema:
-Tensión, o
manifestación de la pulsión.
-Acción,
dirigida hacia la obtención de la demanda dictada por la pulsión.
-Descarga, o
consumación de la demanda.
-Relajación, o
bienestar producido tras dicha consumación.
Sin embargo, sucede que
esta satisfacción de las pulsiones naturales o libidinosas ha de ser
llevada a cabo en el medio ambiente, siempre cambiante, en el que el
sujeto se halla inmerso. Un medio ambiente que, además, en el caso
de los humanos, se encuentra suplementariamente configurado por la
Cultura y su código de valores y reglas sociales. Con lo que, con
frecuencia, la realidad ambiental y cultural imposibilita la
satisfacción de estas demandas de la energía libidinosa o
pulsiones. Por ello, cuando la acción que lleva al individuo
a satisfacer el deseo o pulsión no puede ser consumada
deviene, en lugar de la descarga y posterior relajación,
la frustración que derivará en una mayor tensión añadida.
Freud sugiere que, en su
manifestación más primaria, la mente, regida por el ello, está motivada o dirigida hacia la consecución del placer y que, además, esta
mente básica, de naturaleza hedonista, presenta poca tolerancia a la
frustración -provocada por
la no obtención del placer- En línea con Freud,
Taishen Deshimaru, maestro zen del S. XX, diría: “Nos pasamos
la mitad de nuestra vida corriendo detrás de lo que nos gusta y la
otra mitad corriendo delante de lo que nos disgusta”.
Y es a causa de este
hecho fundamental que se da en la misma base de la mente, el de la
escasa tolerancia a la frustración provocada por la no obtención
del placer, que creamos una serie de estrategias inconscientes, a
modo de autoengaños, para evitar, negar o distorsionar esta
frustración o fuente de ansiedad. Estas
estrategias son, igualmente, utilizadas para evitar, negar o
distorsionar aquellas pulsiones
que, por su naturaleza, se enfrentan radicalmente a los valores
culturales que hemos asumido. De este modo, estos mecanismos
inconscientes tienen dos misiones; por un lado, disipar la frustración
derivada de la no obtención del placer dictado por la pulsión y,
por otro, impedir la misma manifestación de la pulsión, en el caso
de que ésta se nos aparezca como intolerable. A estás estrategias o
autoengaños, Freud las denominó mecanismos de evitación
o mecanismos de
defensa. Algunos de estos mecanismos son:
-Negación.
Mediante ésta negamos aspectos de la realidad que nos resultan
tremendamente dolorosos o aquellas pulsiones que, conforme a nuestro
sistema de valores culturales, se nos aparecen como tremendamente
amenazantes.
-Represión.
Similar a la negación,
pero mientras que en la primera se da una afirmación categórica del
tipo “yo no esto o aquello” -la
negación misma-, en
la represión el
sujeto no se permite ni tan siquiera los pensamientos acerca de estas
realidades tan dolorosas o amenazantes para él.
-Formación
reactiva. Por medio de este
mecanismo los impulsos no sólo se reprimen, sino que, además, se
enfatiza la conducta opuesta para no dejar lugar a dudas de que lo
contrario no es.
-Proyección.
A causa de ésta percibimos en los otros actitudes que nos resultan
tremendamente inaceptables conforme a nuestro sistema de valores y
que, realmente, no están en ellos, sino que son el resultado de la
proyección inconsciente de nuestras propias pulsiones que, de nuevo,
inconscientemente, han sido evitadas por resultarnos amenazantes. Así, en primer lugar, ponemos nuestro deseo en el otro y, en segundo lugar, guardamos distancia sobre él.
-Racionalización.
A través de ésta justificamos o excusamos comportamientos propios
que, realmente, nos parecen inapropiados y que criticaríamos en los
demás.
-Compensación.
Se da en personas que tienen, o creen tener, una deficiencia o
debilidad y tratan de compensarla sobresaliendo en otros aspectos.
-Sublimación.
Mediante ella se redirigen las pulsiones inaceptables, especialmente
de carácter sexual y violento, hacia actividades constructivas y
aceptables para la sociedad que nos es propia.
Estos mecanismos de
defensa irían, de alguna
manera, relegando al ámbito del inconsciente, tanto los deseos a
modo de pulsiones que han sido reprimidos, como las experiencias
altamente frustrantes derivadas de la no obtención de los propios objetos de deseo. Circunstancia que, de forma
inconsciente, se dará a lo largo de la vida del individuo;
iniciándose en la infancia y continuando en la madurez. Lo cual
fragmenta la identidad ya desde el momento en que comienza a
formarse, creando puntos ciegos en la personalidad. Y es así
como el Hombre, a lo largo de su desarrollo, nunca acaba de
percibirse plenamente a sí mismo y a la realidad de su
entorno, sino que, desde el momento en que empieza a ser
consciente, percibe una imagen distorsionada de ambos que,
inconscientemente, se ha ido haciendo mediante la imposición de los
dictámenes de la Cultura. En los casos más extremos de
autoaplicación inconsciente de los mencionados mecanismos de
evitación, en el sujeto aparecerá la neurosis u otros.
La finalidad del
psicoanálisis, por tanto, es la de que el sujeto, de forma activa y
con la guía del terapeuta, mediante el diálogo, técnicas de
asociación de ideas, interpretación de imágenes, etc, vaya
desenterrando todo este material inconsciente que ha ido acumulando a lo largo de años de ejecución de actos psíquicos evitativos hasta hacerlo
consciente para, posteriormente, aceptarlo y, con ello, reconducirlo
y reintegrarlo en su vida de manera ordenada. Conformando, así, un
“yo” sano.
Hasta aquí el Buda
estaría de acuerdo cuando formuló su teoría en torno a los
conceptos de maya (ilusión o
engaño), dukka (sufrimiento) y samsara (o
el mundo vivenciado a través del autoengaño y del sufrimiento).
Pues en un intento de fusionar ambas doctrinas, hasta donde se pueda,
podríamos decir que es mediante estos mecanismos de
defensa o de evitación que
observó Freud, que el individuo se autoengaña generando
un mundo personal ilusorio
(maya). La disociación interna e inconsciente entre la realidad tal
cual es y la realidad que nos hemos construido mediante los
mecanismos de defensa, genera esa ansiedad existencial
vital (dukka) presente, en mayor
o menor grado, en todos los hombres y mujeres que conformamos la
civilización. Numerosa y exitosa literatura, en forma de genero de
autoayuda, se ha escrito para paliar esta tensión interior que, unas
veces más otras menos, nos termina afectando a todos. Finalmente,
toda esta amalgama de autoengaño
(maya) y ansiedad existencial
(dukka) derivada de éste, conformará nuestro mundo subjetivo
dominado por el imperio del discurso interior descontrolado
y sus emociones desmedidas (samsara).
Sin
embargo, el Buda, por medio de una intuición sin precedentes, fue un
paso más allá cuando se percató de que la primera y más sutil de
las ilusiones o
engaños (maya) que el
sujeto genera para sí, es la idea de “yo”. Así, el Buda formuló
que el “yo” no es una entidad real, sino una construcción, se
podría incluso decir, de carácter onírico. Pero para desmontar el
engaño situado en lo más profundo del inconsciente, el más sutil y
arraigado de ellos, el de la idea de que dentro de mí hay “alguien”,
primero se hace necesario desenterrar y desmontar los autoengaños
que vinieron después y que le cayeron encima, enterrándolo aún más
profundo. Para sacar a la luz de la consciencia estos autoengaños y
para desmontar los mismos mecanismos de defensa que los generaron,
Freud creó la técnica del psicoanálisis que posibilitaba la
reorganización del “yo” en una unidad integrada y más
consciente. Cuando esto se consigue, el psicoanálisis del sujeto
finaliza. Con el mismo fin, el Buda creó la meditación vipassana,
que viene a significar ver las cosas tal como son.
La meditación vipassana consiste, expresado de forma muy resumida,
en inmovilizar el cuerpo en la posición sedente para, de esta
manera, inducir la inmovilización de la actividad mental y, así,
crear las condiciones necesarias para que el subconsciente vaya
progresivamente aflorando hasta hacerlo consciente mediante un
proceso continuo de, podría decirse, darse cuenta;
siempre bajo la supervisión del maestro. Con la salvedad de que, y
aquí es donde reside la originalidad del Buda, éste no se conformó
con reordenar al “yo” en una entidad saludable, sino que mediante
esta técnica meditativa fue incluso más allá hasta deshacerlo como
se deshacen todas aquellas ideas preconcebidas del sujeto que han
conformado su personalidad a lo largo de los años. Así, del mismo
modo que por medio del psicoanálisis desmontamos todas aquellas
ideas perniciosas que nos hemos creado acerca de nosotros mismos y de
los demás, por medio de la meditación budista, cuyas instrucciones
habrán de ser dadas por un maestro legitimado, desmontaremos todas
aquellas ideas acerca de mí, acerca de los demás, acerca del mundo,
y ya en este caso tanto perniciosas como saludables para, finalmente,
desmontarme a mí mismo y, de esta manera, como dicen los maestros
zen, morir en el cojín
para renacer al mundo tal y como es; sin un “yo” interior y
constante que lo distorsione.
Podemos,
también, mostrar, por último, lo que hay de común entre el
psicoanálisis y la meditación budista, así como las limitaciones
de la práctica psicoanalítica con respecto al budismo, mediante la
cita de Dogen, maestro zen del S XIII, que dice: “Estudiar
el budismo es estudiarse a sí mismo. Estudiarse a sí mismo es
olvidarse de si mismo. Olvidarse de sí mismo es reconocerse en las
cien mil cosas”
Así,
como dijera Dogen en la primera sentencia, el sujeto, por medio de la
meditación, se estudia a sí mismo desmontando, de esta manera, los
autoengaños que ha ido generando a lo largo de su vida; el
psicoanálisis hará lo mismo por sus propios medios. Pero el
psicoanálisis y, en general, cualquier corriente psicológica, termina aquí y la meditación budista continúa a lo
largo de la segunda y tercera sentencias. Continúa en la segunda
sentencia, haciendo al sujeto olvidarse de sí mismo o desmontando al
“yo” que hay dentro de él. Hasta culminar en la tercera
sentencia, en la que se expresa lo que en el budismo se conoce como
shamadi o Despertar;
ese punto de fuga interior hacia lo inefable en donde el individuo experimenta la Autorealización. Una Realización suprema que es el punto
omega de toda psicología occidental, que señala la dirección a
seguir pero siempre inalcanzable por su propios medios; pues allí
donde entra en escena un “yo” que nos escinde del mundo, dicha
Realización nunca es posible.